viernes, 18 de junio de 2010

Una experiencia en una excursión a los pozos del Chipitín:

Uno de mis lugares favoritos para excursionar era a los pozos del Chipitín, lugar al que se llega subiendo por la Cascada Cola de Caballo, pasando por Potrero de Serna, cruzando por el Puerto del Aire, pasando por El Corral de Piedra y Las Adjuntas para por fin llegar al preciado lugar.

Este recorrido lo hacíamos saliendo de nuestras casas en camión urbano hasta llegar a la calle Arramberri por donde pasaban cada hora los Autobuses Azules que nos dejaban en la carretera que sube a la Cascada Cola de Caballo y generalmente iniciábamos el recorrido por la tarde de un viernes para dormir en la parte alta de la Cola de Caballo en un lugar conocido como Potrero de Serna o La Nogalera.

En el autobús hacíamos una hora de recorrido ya que se va parando en cada pueblito, de la carretera a la Cola de Caballo hacíamos una hora caminando y otra media hora hasta La Nogalera.

Al día siguiente, emprendíamos el ascenso a Puerto del Aire para descender al Corral de Piedra y continuar por un cañón a Las Adjuntas y posteriormente a los Pozos del Chipitín en donde convergen dos arroyos que posteriormente forman el Río Ramos.

Este recorrido nos llevaba aproximadamente de cuatro a cinco horas de camino.

Al llegar el sábado cerca del mediodía a los Pozos del Chipitín, nos divertíamos de lo lindo dejándonos arrastrar por una pequeña cascada de dos metros de altura para caer en una poza natural de cerca de cinco metros de hondo.

Terminándonos de bañar, comíamos como “pelones de hospicio” y montábamos el campamento para luego tomar otro baño por la tarde y al día siguiente domingo, emprendíamos el regreso después de otro baño y almorzar como si fuera el último almuerzo de tu vida.

Una vez ubicados en el contexto de este “paraíso”, les comento que en una ocasión que aprovechamos un “puente” festivo, observamos que por la tarde del último día, se aproximaba un fuerte aguacero y decidimos desmontar el campamento para dormir en Las Adjuntas con la esperanza que nos prestaran un cobertizo para pasar la noche.

Emprendimos el regreso bien equipados con nuestras mochilas debidamente protegidas por un poncho impermeable, y en el trayecto a Las Adjuntas, sentí que algo pasó por entre mis piernas rápidamente, y al voltear para ver que había sido, descubrí que era una víbora de las conocidas como “coralillo”, sumamente mortal, que en caso de haberme mordido, y debido a la distancia tan enorme para llegar al primer poblado con auxilio, hubiera sido mortal, por lo que inmediatamente di gracias a Dios por la oportunidad y me di cuenta que Dios todavía tenía planes para mí y que ustedes iban a poder conocer a este Abuelo.

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