
Mi infancia y adolescencia en Cd. Valles:
Desde que era niño y hasta la edad de 20 años, año en que falleció mi Abuelo Romualdo, nos íbamos toda la familia a Cd. Valles a pasar el día de muertos, haciendo escala en el panteón de Linares, y también íbamos al menos una semana completa en Navidad, la Semana Santa y unas semanas en verano.
Por cierto, mi Padre hacía muy ameno el viaje para que no nos aburriéramos y diéramos lata, por lo que nos iba diciendo todo el camino varias cosas que a el le parecían interesantes y así nos lo comunicaba:
Recién salido de Monterrey, ya nos estaba platicando que había una huerta de olivos y que aún no podían tener aceitunas; posiblemente porque el clima no les ayudaba, luego nos comunicaba que había una cuesta (subida) llamada: “cuesta de garrapatas”, luego nos anunciaba que había una curva muy pronunciada cerca de Magueyes, Tamaulipas en donde se había volcado un camión porque el chofer se había quedado dormido.
Mas adelante, una vez que llegábamos a Cd. Victoria, Tamaulipas, normalmente llegábamos a visitar a nuestra Tía Bella, que en realidad era nuestra prima pero como nuestro Padre era el más pequeño de su familia y su hermana mayor, María, se casó muy joven, yo tenía “sobrinos” de mi edad y aún mayores.
Una vez que dejábamos Cd. Victoria, generalmente después de comer, nos sorprendía como el panorama iba cambiando notablemente con unos árboles gigantescos llamados “orejones” que cubrían toda la carretera de lado a lado, y también veíamos plantíos de caña de azúcar y huertas con árboles de mango, y en fin, todo era sumamente verde a diferencia de la región de Monterrey.
Una parte muy interesante era pasar por la “cuesta de Llera” que de Monterrey a Valles es de bajada y pasábamos por la “curva de la herradura”, que, como su nombre lo indica, era una curva de 180 grados, luego pasábamos por la “curva de la papaya” y posteriormente por “la mira”, una formación rocosa natural que en exactamente en una de las curvas de la carretera, semejaba una mira de arma de fuego perfectamente alineada; todo esto era antes de entrar al cañón de Galeana, región muy rica y privilegiada en todo tipo de árboles frutales en una región que ahora se conoce como: “El Cielo” Reserva de la Biosfera” para finalmente llegar a Cd. Mante, Tamps. donde pasábamos por un pequeño arroyo que tenía un olor muy pestilente ya que ahí arrojaban los desechos del Ingenio del Mante donde molían la caña de azúcar para producir precisamente azúcar.
Una vez que pasábamos Cd. Mante, ya nuestras ansias de llegar estaban incontrolables y entonces, nuestro Padre “inventó” la “cueva de los feroces” que yo realmente creía que era un tipo de animal llamado: “feroz” y está cueva estaba en un cañón llamado “abra” donde sacaban piedra para construcción.
Cuando ya estábamos próximos a llegar a Cd. Valles, nos empezaba a mostrar el rancho del Tío Luis, el Hotel Colonial y finalmente, llegábamos a Cd. Valles en un viaje que normalmente duraba 7 horas de carretera pero que nuestro Padre hacía en cerca de 10 horas con todas las paradas y detenernos a comer.
Cabe hacer mención que toda la carretera era sumamente angosta y los puentes, que eran muchos, tenían un solo carril, por lo que era una regla que el primer vehículo que llegaba a la entrada del puente, o creía llegar primero, encendía sus luces indicando así que adquiría “el derecho de pasar primero”; sin embargo, no todo mundo era respetuoso, y ocurrían accidentes de fatales consecuencias.
Gracias a Dios, a nosotros no nos tocó nunca el más mínimo accidente en carretera, ya mi Padre era sumamente precavido y aplicaba siempre el dicho: “despacio, que llevo prisa”
Por cierto, en algún momento, los viajes empezaron a iniciarse por la tarde, yo creo que porque éramos muy inquietos y mi Madre cuidaba celosamente la “siesta” de mi Padre y preparaba unos “lonches” deliciosos; siempre le quedaban de campeonato y muy llenadores.
Ya al caer la tarde, cercanos al anochecer, nos parábamos en una parte del camino para “lonchar” y después de esto, nos dormíamos profundamente y yo recuerdo muy claramente que mi Padre, que fumó desde los 12 años hasta el último de sus días ( vivió 86 años) encendía su cigarrillo y abría la aleta delantera derecha (que ya no se usa hoy en día) para dejar escapar el humo del cigarro, y también recuerdo muy claramente, el “ruido” de la uniones metálicas de los puentes con estructura de acero al, pasar las llantas del carro. Por cierto, antes los carros no tenían aire acondicionado, ni CD ni casets, sólo radio A.M. ya que todavía no existía F.M.
Al llegar a Cd. Valles, ya de noche, recuerdo que mi Padre nos cargaba y nos bajaba uno por uno hasta depositarnos suavemente en nuestra cama.
Siempre tuvimos casa en Cd. Valles ya que nuestra Madre era propietaria de una casa de dos pisos en la que la planta baja se la prestaba a una hermana suya; Tía Mercedes y nosotros ocupábamos la planta alta con unas escaleras sumamente altas, ya que los pisos eran muy altos para mitigar un poco el calor. (esa casa estaba frente a la casa de mi Abuelo Romualdo).
También recuerdo que en época de invierno, al ir llegando a Cd. Valles nos empezábamos a poner colorados por el calor y se nos hacía extraño que la gente de Cd. Valles usara chamarras gruesas por tan poco frío.
Los primeros días en Cd. Valles eran “obligados” para visitar Tías y Tíos sin dejar pasar ningún familiar, ya que luego pasaban “chisme” a nuestros Padres de que no los habíamos ido a visitar, por lo que primeramente “cumplíamos” con esta obligación, para luego “divertirnos” de lo lindo, ya que por el poco tráfico que había y que mucha gente nos conocía por las múltiples amistades de nuestros Padres y la familia numerosa, podíamos fácilmente ir al mercado de la ciudad y a la tienda del Abuelo Romualdo donde los empleados nos daban dulces, galletas y chicles sin pagar un centavo.
Cuando yo era niño, a mí me daban “un peso” para que lo gastara en lo que yo quisiera, y rápidamente me iba a la tienda del Abuelo Romualdo para cambiar “mi peso” por 20 monedas de 5 centavos y así “sentir” que tenía mucho dinero.
En la tienda del Abuelo Romualdo, yo me llenaba una bolsa con chicles de esos que traen cuatro chicles en un celofán (Chiclet´s Adams) y en la otra me llenaba de galletas tipo sándwich que obviamente ensuciaban mi pantalón.
Después de pasar visita a las Tías y Tíos, que normalmente lo hacíamos a pie, ya que las distancias eran muy cortas, otro de nuestros pasatiempos era ir a la oficina del Tío Luis Martínez Antonaya, originario del mismo pueblo que mi Abuelo Romualdo y que se casó con mi Tía Celina, hermana mayor que mi Padre y que actualmente vive todavía en Cd. Valles y que tiene cerca de 97 ó 98 años aproximadamente a la fecha que estoy escribiendo esto.
Les comento que esta oficina del Tío Luis, que siempre nos trató muy amablemente, como toda la familia y amistades de nuestros Padres, tenía una caja fuerte monumentalmente grande, o al menos así me parecía a mí, ya que tenía dos puertas y siempre nos decía el Tío Luis que ahí tenía guardado mucho oro y que con gusto nos lo regalaba si lográbamos abrir la caja fuerte, por lo que nos pasábamos horas, pegando el oído a la puerta de la caja para tratar de adivinar la combinación, y que el Tío Luis abría enfrente de nosotros muy rápidamente de tal forma que no podíamos ver la combinación, además de que éramos muy pequeños.
Otro “gran” atractivo era bajar al río Valles, que estaba la bajada a un lado de la oficina del Tío Luis y que el Tío Luis nos encargaba con un muchacho mayor que nosotros para que nos “cuidara” y entonces nos poníamos a emprender la “aventura” de cruzar en lancha con un costo de 10 centavos de ida y 10 centavos de regreso; cabe mencionar que el río Valles en esa parte no tenía una profundidad mayor a medio metro y que era usado como vado para que los vehículos pasaran al otro lado, ya que antes no había puente; sin embargo, viniendo de Monterrey con un río seco, era toda una “aventura”
Otro de los “grandes atractivos, al menos para mi lo era, era ir a “el bosque” un estanquillo que quedaba a media cuadra de la casa del Abuelo donde atendía un viejito de nombre “Don Tomás” que servía una limonadas refrescantes que mitigaban el calor de Cd. Valles, y también tenía una pulpa de tamarindo deliciosa y además, tenía una mesa junto al estanquillo con un frondoso árbol que proporcionaba una sombra agradable; este estanquillo estaba junto a la Cruz Roja de Cd. Valles y ésta junto a la Presidencia Municipal; en fin, todo en Valles era muy reducido comparado con Monterrey.
No podíamos dejar de visitar el Mercado Municipal que tenía muchas cosas que nos atraían, como por ejemplo unos camioncitos de lámina que sólo costaban un peso, por lo que cuando fuimos creciendo, nos aumentaron la cantidad que nos daban a ¡5 pesos! ; todo un dineral, ya que aumentaba mucho nuestro poder de compra, que por cierto, nos decían que sólo nos daban una sola vez esa cantidad, yo creo que para que no nos la gastáramos muy rápido; sin embargo, normalmente nos volvían a reponer nuestro gran capital; qué tiempos aquellos.
No puedo dejar de mencionar que mi Abuelo Romualdo y mi Abuela Inés, fueron siempre muy generosos y donaron el terreno donde está actualmente la Cruz Roja y la actual Catedral.
También quiero mencionar que mi Abuelo Romualdo fundó la primera Compañía que generó electricidad y la primera línea de tranvías que iba de la Presidencia Municipal a la Estación de Ferrocarril, de la que recuerdo que nos gustaba acompañar a mi Madre que acostumbraba comprar “gordas de la estación” una especie de tortilla gruesa rellena de distintos tipos de alimentos muy sabrosos.
Por cierto, a las “gorditas” como los de “Doña Tota” les llaman “bocoles”.
Cuando fuimos creciendo, ya nos prestaban el carro familiar y nos íbamos hasta “El Bañito”, un balneario de aguas azufrosas, aunque más bien preferíamos ir al Hotel Covadonga que esta frente a El Bañito y tenía una mesa doble de boliche que trabajaba en forma manual y que en ocasiones, teníamos que gritarle al acomodador: “ahí va la bola” para evitar que lo golpeara la misma.
También recuerdo que nos íbamos a pasar el día a la playa de Tampico y nos íbamos en un camioncito de redilas de tres toneladas con lona, y otras veces le prestaban a mi Padre la camioneta pick-up marca De Soto de mi tío Luis Martínez.
También recuerdo que ya un poco más grandes, llegábamos los tres hermanos mayores al segundo piso de la casa del tío Luis y la tía Celina, que normalmente estaba desocupado y tenía una terraza muy grande y ahí la pasábamos muy a gusto, ya que además de estar cómodos, mi tía Celina era una excelente cocinera y nos preparaba platillos muy abundantes y deliciosos, y ahí conocí el dulce de fríjol y por primera vez conocí las delicias de las latas de leche “La Lechera”.
Parte del tiempo que pasaba en esa casa, me gustaba darle cuerda a una cajita musical que tocaba la melodía “La Vida en Rosa” una y otra vez hasta que mis hermanos mayores se hartaban y me la “desparecían” con la excusa que a mi tía Celina la podíamos molestar con la música; nunca lo entendí, pero lo aceptaba.
En algunas ocasiones, llegaba de visita a casa de la tía Celina mi primo Cresencio (Cencho) que era de la edad de mis Padres y era también mi Padrino de Confirmación, y le gustaba mucho cocinar y preparaba unas comelitonas súper abundantes y deliciosas, que normalmente el no comía, sólo le gustaba preparar.
No puedo dejar de mencionar, que en Cd. Valles conocí el platillo denominado zacahuil, que es un tamal muy grande hecho en horno tipo panadería y que los antepasados Huastecos elaboraban con carne de venado y jabalí y que ahora ya lo preparan a la orden con los ingredientes que uno quiera y sabe delicioso.
También en Cd. Valles conocí los frijoles negros y la cecina, una carne curada en jugo de naranja con sal y los quesos de “bola”.
Datos curiosos de la época en Cd. Valles:
Los teléfonos eran también de levantarlo y hablar con la operadora para pedirle que te comunicara con otro número; por cierto, el teléfono de mi Abuelo Romualdo era el 96 y cuando me quería comunicar a casa de algún otro familiar, sólo le pedía a la operadora que me comunicara sin darle el número, ya que se los sabían de memoria y además, nos identificaban por nuestro acento norteño, y como el pueblo era pequeño, nos saludaban las operadoras y nos pedían que saludáramos a nuestros padres a quienes conocían muy bien.
En Cd. Valles, en esa época, no había medidores de agua y te cobraban una tarifa única y se tenía que tomar agua de garrafón ya que la de la llave no era potable.
En Cd. Valles a las “sodas” le llamaban “refrescos” y a algunos restaurantes, les llamaban cenadurías ya que sólo habrían por las tardes y noches.
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